jueves, 28 de abril de 2011

San Telmo vacío

Este iba a ser un post sobre San Telmo. Siguiendo un poco con la idea que comenté el día que abrí este blog –o empezando– de recorrer y conocer la ciudad, iba a aprovechar un almuerzo con mi prima para meterme, mirar, escuchar y contar. Iba, porque nuestra charla podría haber ocurrido en cualquier otro lugar, nada importaba menos que dónde estábamos.
De todos modos, dejo unas fotos que saqué en San Telmo, un domingo lluvioso unos cinco meses atrás. Después, un poco de lo mucho que pasó esa tarde.




Sobre Yrigoyen no había ni postes sin cartels con los números. No me quedó otra que preguntar dónde paraba el 86. Pasando el garage, ahí lo esperé. El colectivo pasó por Perú, me llamó la atención la cantidad de vendedores en la calle. (Nota mental: volver después del almuerzo.)
Esperé a la sombra, sobre Paseo Colón. Flor estaba al sol, sobre Independencia. Nos enteramos cinco minutos después, cuando mi impaciencia me llevó a la vuelta (¿cuál es el margen de impuntualidad aceptado?).
Caminamos hasta Defensa. Primera decisión: seguir para la izquierda. Diferente a las (pocas) otras veces que visité San Telmo, este lunes, pasado el medio día, estaba vacío. En la plaza había turistas, disfrutando del sol y los menúes ofrecidos por los restaurantes. Como ese precio no nos iba a permitir disfrutar mucho a nosotras, pegamos la vuelta y nos sentamos en una cafetería por ahí.
Hablamos, hablamos y hablamos un poco más: la inminente mudanza de una, el trabajo de otra, la llegada de las vacaciones paradisíacas, la foto que encontré hace poco y el plan del viaje.

—Yo me acuerdo que siempre hablábamos de Nattie, que imaginábamos cómo era —, mi prima me repitió lo que me dijo hace unos años. Eso que me hizo recordar, y fantasear otra vez con Nattie, la de la foto blanco y negro. Es mi abuela, la que no conocí, pero de quien cada vez estoy más cerca.

sábado, 23 de abril de 2011

El que busca encuentra

Abre el cajón de la mesa de luz, ese de madera patinada blanca, donde guarda una linterna, un alicate, unas pastillas, un resaltador, muchas biromes, auriculares, post-its. Está vacío.

Abre el primer cajón de la cómoda, donde guarda las remeras que generalmente usa durante el día. Está vacío.

Abre el primer cajón del escritorio, donde guarda recortes, fotos, escritos, papeles y más papeles desordenados que quizás algún día cobren sentido como unidad. Está vacío.

No recuerda haber vaciado los cajones. Ella no los vació, está segura de eso. Entonces, ¿cómo sucedió? ¿Adónde está todo? ¿O será que nada cambió sino mi mirada? No, qué estupidez, delante de mí no hay nada, na-da.

Abre el último cajón del escritorio, donde no se acuerda qué guardaba. Hay una foto en blanco y negro en la que se ve el rostro de una mujer. No la conoce pero cree reconocerla enseguida, cree reconocerse. Agarra la foto, cierra el cajón y sale. Sale a pedir que le cuenten una historia, a buscar el origen. Es un viaje a lo desconocido, al pasado; el viaje más excitante en el que jamás se embarcó.

miércoles, 13 de abril de 2011

Give Me Love

















Give me love
Give me love
Give me peace on earth
Give me light
Give me life
Keep me free from birth
Give me hope
Help me cope, with this heavy load
Trying to, touch and reach you with,
Heart and soul

Om m m m m m m m m m m m m m
M m m my lord . . .

Please take hold of my hand, that
I might understand you

Won't you please
Oh won't you

Give me love
Give me love
Give me peace on earth
Give me light
Give me life
Keep me free from birth
Give me hope
Help me cope, with this heavy load
Trying to, touch and reach you with,
Heart and soul

Om m m m m m m m m m m m m m
M m m my lord . . .

Please take hold of my hand, that
I might understand you

George Harrison


viernes, 8 de abril de 2011

Los tres chanchitos

Es de noche. Una noche de tormenta pero antes de la tormenta, cuando el viento comienza a soplar, cada vez más fuerte.

No hay persianas en la habitación. Una tela apenas oculta la luz durante el día; ahora se mueve, el aire que logra entrar la hace bailar. De repente pega saltos, entra luz; vuelve a bajar, hay oscuridad.

El viento no cesa. Su intensidad aumenta, disminuye, vuelve a arrancar; la cortina se levanta y cae, vuela más alto y vuelve a caer. Entra luz, un relámpago. Cuando todo se apaga, el predecible trueno ensordece. El viento sopla, los destellos de luz son más frecuentes.

Sale de sí, se observa desde arriba. Se encuentra acurrucada. Ve que cerró los ojos; parece que no quiere asimilar lo que puede ver. Pero no puede evitar escuchar; no puede evitar sentir el aire que entra a pesar de la pared y la ventana. Se acurruca más. Sos una niña, esto le pasa a los chicos.

  
Racionaliza, sabe que los remolinos están en su imaginación, que la ferocidad del lobo no levantará la estructura. No sirve de nada, nada la convence.

Imagina que el viento arrasa y, que ella, sola, en medio de los escombros, se levanta. Volver a empezar no le da miedo. Se pregunta si el temor es que el lobo sople y todo permanezca en su lugar.