domingo, 28 de octubre de 2012

Tema de conversación

Les cuento a mis amigas mi reacción ante una de mis tantas historias paralelas. Sucedió cuando Willy me dijo: "Vení Vicky, contate algo."
-Me complicó la existencia, chicas. ¿Justo a mí? ¿Cómo me va pedir que cuente "algo"? ¿Qué se supone que le tenía que contar?

Las chicas se rieron. Les conté que, aunque él no me buscaba, yo me dediqué a huir de su presencia.

Ellas resolvieron practicar. Tema uno: nombres de embarcaciones. La dinámica sería la siguiente:

"Hoy estuve pensando en nombres de barco, se me ocurrieron X, Y y Z. Vos, ¿cómo le pondrías a tu barquito?" 

Quiero quejarme y decir que en la vida se me ocurriría semejante tema. Pero como no se me ocurre ninguno, nada, cero, me puse a investigar. 

Muskie

Y necesito ayuda. A este ritmo, me voy al fondo del mar.

martes, 16 de octubre de 2012

La historia


Quién soy.
Me llamo Victoria. Tengo veintinueve años.
Y no sé por dónde seguir. Recién venía en el auto, pensando en todas las cosas que tenía para escribir al respecto y ahora no se me ocurre ni una.

Estoy a punto de terminar un libro en el que nueve mujeres son reunidas por su psicóloga. Ella está convencida de que “las heridas empiezan a sanar cuando se rompen las cadenas del silencio.” Estas mujeres cuentan sus historias: la mayoría de edades diferentes (desde 19 hasta setenta, creo), y cada una con una experiencia de vida distinta a las demás. Esto es lo que pensé después de leer a algunas.

Francisca. Aprende a vivir con la relación con su madre porque, según ella, cosas así no se superan. Hace lo único importante que podía hacer: quebrar la línea de la repetición, “mis hijas están a salvo”, dice. Pensé en el “acto” de aceptar y todavía estoy lejos de hacerlo, ni sé si estoy en camino. En principio, de aceptarme. Dicen que se empieza por uno –quererse, respetarse–, así que tal vez una vez que acepte quién soy pueda aceptar las cosas, hechos, personas.  Creo que mi problema con la aceptación es que no puedo verme ni a nada ni nadie realmente, sino a través de mis fantasías (¿imaginación? No recuerdo el nombre que le puso mi psicóloga). Conocemos las consecuencias: desilusión y enojo, con frecuencia. Con respecto a quebrar la línea de repetición (escribí la línea de repetir errores y cuando leí unos renglones más arriba la corregí), me pregunto si es posible. Pienso en qué es lo que se puede cambiar. 

Mané. Es una señora mayor que dice que quizás la solución esté en tener un pequeño proyecto cada día Bien podrías estar viva o muerta cuando no hay una razón para levantarse cada mañana. También dice: a veces solo pido eso, una mano en el pelo antes de quedarme dormida para siempre.
El último tiempo creía que frases como viví la vida que deseás; los únicos límites son los que inventamos; que lo único que tenemos el presente, eso justamente, un regalo. Y más… Y cuando las escucho es como si me inyectaran energía y ganas de generar, de construir, de amar. Pero después, por algún motivo que no logro vencer aquello que me detiene, todo eso queda, a lo sumo, anotado en un cuadernito en el que a veces –tal vez cuando me distraigo– me animo a escribir. Yo confío en estas palabras, en su verdad, y también creo en mi capacidad. Sin embargo, está ese algo que me frena  –soy yo, ya lo sé– y eso es lo que me frustra y muchas veces me hace sentir que “bien podría estar viva o muerta”. No sé cómo luchar contra mí. O tal vez se trate de bajar la guardia y tenga que aprender a reconciliarme (como decía arriba, a aceptarme).

Andrea. Es una mujer que tiene todo: es una periodista exitosa (famosa), tiene una buena posición económica, un marido y dos hijos. Sin embargo, se va al desierto sola porque necesita vacaciones de la vida real. Supone que todos odiamos “la vida real”, y que sabemos cómo nos aplasta si no la tomamos en dosis.
Esto me lleva directo a mis viajes, a todas las escapadas. Hasta hace muy poco no las consideraba como tales, pero creo haber empezado a ver que lo son. Que las necesito porque una vez que logro alejarme de la vida cotidiana me siento mucho más liviana. No puedo identificar nada en mi forma de actuar o ser que difiera de cuando estoy en “mi vida real”, sin embargo, mi estado es bastante diferente. Por nombrar algo, me “animo” a conversar, a conocer. Y vuelvo a escribir. Es tonto, pero es como si estando lejos no hubiera nadie que fuera a censurar lo que tengo para decir.
Ya ni sé adónde quería ir con todo esto.

Entonces pienso en quién soy, en mi historia.
No puedo describirme. La semana pasada me encontré comparándome con cientos de mujeres –todas reunidas en un mismo salón–. No hablé con ninguna, solo con verlas sus vidas se mostraban fantásticas. Todas ellas, plenas. Todas. Y también estaba yo. Eso es lo que me pasa.

Hemos hablado de la importancia de la palabra, y creo que puede tener que ver con lo que dice la psicóloga del libro: “las heridas empiezan a sanar cuando se rompen las cadenas del silencio”. Probablemente podamos seguir jugando con la palabra y, con suerte (casi como por casualidad), ver qué cadenas hay por romper. 

Se trata de eso, de la historia. Tu historia.
Como siempre, ella lo dice así de simple. Me quedo pensando y no puedo más que darle la razón. Otra vez, me doy cuenta de que no soy capaz  de leer entre líneas, nado en la superficie. Esta vez no me ahogo. Busco palabras, aunque me cueste oír algunas, empiezo a reconstruir.

lunes, 15 de octubre de 2012

Noche en el cine

En el cine. Antes de que empiece la película. Aparece un bote con un tigre de bengala y un chico. Son Pi y Richard Parker. El avance continúa y me lleva a Bangkok, a los rincones de Tailandia donde leí el libro. Me entusiasmo porque en unos meses voy a poder ver la película. Le quiero contar la historia a Lau, que está al lado mío, pero tengo lagunas.

Llego a casa y agarro el libro de tapa azul del estante. Algo se cae. Agarro la foto y ahí estamos, vos y yo. Julio de 2010, en una habitación en South Melbourne. Estamos abrazados. Del otro lado, el poema que copié de The Reader:

When we open ourselves
You yourself to me and I myself to you
When me submerge
You into me and I into you
When we vanish
Into me you and you into I

Then 
am I me
And you are you

Releo algunos párrafos, salteo páginas, las imágenes vuelven, ato hilos sueltos. 


jueves, 11 de octubre de 2012

La lluvia en Chile

Buscando, pensando en Chile encontré el ejemplar 262 de Comando Cangrejo. Y me acordé de todo lo que llovió hace más un menos atrás, cuando estuvimos del otro lado de la Cordillera.




lunes, 10 de septiembre de 2012

On the rocks

Viajé cientos de kilómetros, muchas horas y no vi las montañas. Poco después de llegar alguien dijo que la naturaleza o el clima (¿no es lo mismo?), tiene la última palabra. 

A la noche hacía frío. Las nubes seguían bajas, pero pensé que, quizás, las nubes se irían y que podría ver finalmente a las famosas Torres. Me fui a dormir pensando en que mañana sería mejor.

Las condiciones no podían empeorar y, sin embargo, cuando desperté estaba lloviendo. No lo podía creer, parece que siempre se puede estar peor. Ni siquiera pude disfrutar de las tantas paradas programadas durante el camino. Veríamos el recorrido de las caminatas planeadas en un mapa.

La guía decidió ir directo al hotel, llegar temprano y... no había mucho para hacer allí, pero tampoco había nada que se podía ver en el camino.

Check-in. Desde el comedor del hotel podíamos ver, a lo lejos, dos inmensos témpanos. Más lejos todavía se asomaba el glaciar. Había parado de llover y las nubes se esfumaban dando lugar a las montañas. Necesitaba salir de ahí, ¡qué increíble lo que estaba viendo!

Caminé por la playa, el viento frío soplando en contra. Me detuve frente a los témpanos. Hacía unas horas había escuchado decir que lo último que se pierde es la esperanza. Y pensé en lo que se gana cuando dejamos de aferrarnos a ella y la perdemos.

Agradecí.

Y esta es una de las tantas fotos que saqué. Resulta que en el hielo hay calor.