jueves, 29 de marzo de 2012

Soltar (pt. II)

Hace dos meses, en la calle, vi un cuerpo que me resultó familiar. No era un cadáver, pero tampoco parecía tener mucha vida. A los ojos era un cuerpo conocido. Resultó ajeno a la piel. 


Es como si se hubiera quedado mudo y quiero gritarle, porque sé que conocía palabras, las usaba. El día que no las dijimos más, cuando no las cuidamos, hubo que soltar, para salir a buscarlas; reencontrarlas.


Me acerco sin pensarlo; él dice. Me sorprende todo lo que comparte, el cariño. En sus palabras encontro aquello que negué durante años. Sí, las palabras todavía están, no se da cuenta, pero las escribe. Quizás porque no las escucha piensa que no son de verdad, pero están ahí. Y cuando lo leo lo vuelvo a querer, a desear, a necesitar. Tengo que hacer algo, porque tenemos que estar juntos, sí. Vuelvo a amarlo. Es el cuerpo que conozco, el que quiero abrazar, al que le quiero susurrar, besar. Lo quiero sentir. 


Se lo digo, pero ya no escucha, se deja llevar por los hilos. Lo mueven: de arriba, para abajo, más al costado, quietito ahora. No se da cuenta. Le muestro que cuando no se da cuenta habla y dice. No le interesa, se da vuelta y se ata a las cuerdas: da uno, dos, mil nudos.  Yo todavía lo quiero, él no deja que lo ayude a soltarse.












El cuerpo ajeno que conozco no se reconoce, y lo vuelvo a dejar. Ahora, mientras busco palabras, sólo puedo decir que duele.


Tal vez, la única que tiene soltar, sos vos.

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