martes, 12 de junio de 2012

Muda


Me encontré con la hermana de mi ex novio. Hacía como una vida que no nos veíamos. Hablamos un rato largo y, entre cuento y cuento me dijo que su hermana le puso Victoria a su hija. Y me enteré además del revuelo que se armó con la elección del nombre. Para algunas personas mi nombre encarna al mismísimo diablo, a la muerte… una figura muy oscura, sin dudas.
Lo otro que mencionó fue lo mucho que le costó a su hermano la ruptura conmigo. No solo lo dijo, sino que lo repitió tres veces. Entre “a él le costó mucho” y “no, no, le costó mucho enserio, pero bueno, uno se hace fuerte” yo quería decir: a mí también me costó. Me costó antes de dejarlo y me costó después. Lo quise mucho, muchísimo. Me dolió. Lo extrañé. A la familia también extrañé.
Pasaron ocho años, éramos adolescentes, como en toda relación, éramos dos; mil cosas quería decirle. En mi cara una sonrisa tensa, y de mi boca un “ya sé” suave. Ni una palabra más.

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