jueves, 9 de junio de 2011

CONTRACUENTO

Es de noche. Una noche de tormenta pero antes de la tormenta, cuando el viento comienza a soplar, cada vez más fuerte.

No hay persianas en la habitación. Una tela apenas oculta la luz durante el día; ahora se mueve, el aire que logra entrar la hace bailar. De repente pega saltos, entra luz; vuelve a bajar, hay oscuridad.

El viento no cesa. Su intensidad aumenta, disminuye, vuelve a arrancar; la cortina se levanta y cae, vuela más alto y vuelve a caer. Entra luz, un relámpago. Cuando todo se apaga, el predecible trueno ensordece. El viento sopla, los destellos de luz son más frecuentes.

Sale de sí, se observa desde arriba. Se encuentra acurrucada. Ve que cerró los ojos; parece que no quiere asimilar lo que puede ver. Pero no puede evitar escuchar; no puede evitar sentir el aire que entra a pesar de la pared y la ventana. Se acurruca más. Sos una niña, esto le pasa a los chicos.

Racionaliza, sabe que los remolinos están en su imaginación, que la ferocidad del lobo no levantará la estructura. No sirve de nada, nada la convence.

Imagina que el viento arrasa y, que ella, sola, en medio de los escombros, se levanta. Volver a empezar no le da miedo. Se pregunta si el temor es que el lobo sople y todo permanezca en su lugar.
 
 
 

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