martes, 14 de junio de 2011

Under Construction

Es un lugar que no conoce. Según su imaginario podría tratarse de cualquier camino de tierra en medio de la selva. Está adentro de un auto, sentada en el asiento de atrás con dos personas a las que no logra mirarles la cara. Adelante, solo hay un conductor.
Mira por la ventanilla y reconoce esa roca gigante. Sentadas sobre la piedra, dando de mamar, se encuentran las tres mujeres que ofrecen sus artesanías y, otra vez, no le piden nada. Quizá sea porque ella está lejos, avanzando en el vehículo. Se asoma por la ventana y ve que, donde debería estar la laguna, el camino de tierra se convierte en uno de barro bordeado por árboles y plantas. La roca, las mujeres y los bebés desaparecieron. Marrón y verde. Y rojo. Ella tiene el poder de elevarse y lo hace; es entonces que identifica el vehículo rojo en el que se transporta. No alcanza a observar dónde termina el sendero. Debe ocuparse de lo inmediato: cómo cruzar la parte del camino que se mueve. Piensa que puede ser como la arena movediza pero no lo puede asegurar. El tramo que debe cruzar se mueve a un ritmo constante, de izquierda a derecha; hay rastros de otros vehículos flotando en charcos de barro. No desespera porque ve que hay huellas secas más allá, que se pierden en la selva, y se da cuenta de que si van despacio, pisando la tierra firme, podrán llegar.
Está sentada atrás, del lado de la ventanilla. Sigue sin distinguir los rostros de los pasajeros; explica lo que cree conveniente para llegar a salvo al otro lado. El conductor mantiene la aceleración y se dirige directo adonde el barro se mueve, cerca de donde flotan las piezas sueltas de otros que fracasaron. El vehículo frena de golpe al atascarse entre tanta agua y tierra. La trompa se eleva mientras que la parte trasera comienza a meterse en la tierra tímidamente hasta que el auto está perpendicular a la superficie. En el interior hay gritos, histeria; ella intenta destrabar la puerta pero no puede. Para abajo, el auto se va para abajo y nadie sabe qué pasará allá. Creyendo que es lo último que hará, baja la ventanilla. No entiende por qué el barro no entra y la golpea, pero no busca una explicación sino agarrarse de la puerta para salir.   
Está afuera, sentada en la roca con los pasajeros del asiento de atrás cuyas caras se desdibujan. No sabe si el conductor logró salir. Ella mira, sentada junto a las tres mujeres que han puesto a sus niños a dormir, que lo único rojo que flota en este extraño lugar, es la carcasa de un espejo.

Alguien toca bocina. Ella sale, sube al auto rojo y toman el camino de tierra.


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